Alguien anda por ahí contando que en la Última Calle Poniente tres mujeres están montando una carpa hecha con los jirones de piel que los migrantes se dejan en el camino.
Como la piel está desgastada, ajada y astrosa cada vez que intentan izar la carpa se les rompe por un lado distinto al de la vez anterior. Mi vecino, que como está desempleado, lleva tres semanas viendo los vanos intentos de esta extraña trouppe, dice que, todas las tardes, una de las mujeres tira los pedazos de lona/pellejo encima de un extraño artilugio y tras discutir con las otras dos, las convence de que se vayan al parque más próximo a hacer humildes números de equilibrismo.
Asegura, que de puro humildes que son, él mismo podría ejecutarlos. Pero, también dice, que no sabe por qué todas las tardes se va detrás de ellas a ver la función callejera.Yo le digo que debe ser porque está desempleado. Y ya se sabe que no hay en el mundo un parado que pueda oír la música circense sin que se le vayan los pies calle abajo. O calle arriba. No sé muy bien. Pero que se le van los pies, se le van.
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