sábado, 7 de noviembre de 2009
EL ESTRENO
Ayer la última calle poniente
desembocó en la Plaza Morazán.
San Salvador desordenó ,
no le cuesta mucho,
la nomenclatura
y la orientación
de sus calles
para que la grey urbana
se subiese al escenario.
El centro capitalino
se puso de gala;
seis tomates por la cora,
la pasta dental barata,
calcetines de marcachabela
y los revuelos de los mandiles
les hicieron pasillo de honor
a la habitantes de la Isla de la Polvora Negra.
Había que ver a Sarpia
haciendo girar el hula-hop (aro)
non el cuello mientras
se le reía el alma.
Arsila creía sostener en equilibrio,
sobre la palma de su mano,
una vara del tamaño
del ceibón del desvío de la iglesia
¡Cosas de la felicidad!
¿O del teatro?
Y Gurmia, por fín, pasaba el sombrero
con arte, Eso sí, le brillaba un colmillo
con el tintineo de las monedas.
¡Cuidado con ella!
El caso es que tras atravesar la plaza
dejando tras ellas una estela de lluvia parda
Entraron al teatro.
Y la liaron.
Como toreras.
Es lo que son.
Le dan largas cambiadas a quien haga falta.
Hicieron una faena
De esas que se quedan grabadas
en la retina del alma.
Lástima que había poca gente.
Los demás debían andar chupando gratis.
Cosas de la aristocracia de la cultura.
República y aristocracia.
Por lo menos contradictorio.
¡Y a mi qué putas me importa!
Hoy otra vez
a las 6:30 p.m.
La van a volver a liar.
Se lo vi en el brillo de los ojos
cuando anoche
se iban a su casa
satisfechas
de haber parido un nuevo trabajo.
Y el que venga detrás que plante olivos.
Y se siente a verlos crecer.
Dice mi padre.
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